A punto de percibir
la Aurora en el reflejo de la persiana voy alisando mis frustradas intenciones
con un poco de incertidumbre.
En el fondo de
nuestro sótano un baúl cruje, unas oxidadas cadenas se estremecen y un candado
se agita de lado a lado. Algo lucha enloquecidamente por salir, correr,
liberarse. Es un cajón minúsculo. Mis pasiones secretas, mis pecados inconfesables. Necesitan aire.
Exigen salir y estirar las piernas.
Pandora me observa
desde el rincón y en el reflejo de mis oscuros ojos se estremece. Temerosa
sujeta con fuerza la llave oculta entre sus hambrientos pechos.
Imagino su tierna
voz preguntándome: ¿Serías capaz? Recuerda son insaciables, unos súcubos.
Le sonrío solo
para tranquilizarla.
Me acerco en
silencio, no quiero espantar el descanso de mis compañeros de colchón. Pequeños
inocentes se pedorrean, roncan, babean en el más profundo de los sueños. Es
hermoso ver como disfrutan.
Quédate tranquila
Pandora, mi querida niña, aún no ha llegado el día.
Acaricio con la
punta de mi lengua su delicada oreja. Siento como sujeta con fuerza la llave
que cuelga de su cuello y descansa sobre su piel desnuda, mientras aprieta con
firmeza sus piernas pudorosas.
Está cerca el momento
en que revivirás tu pecado amada mía, pero hoy te absuelvo de tus deberes.
Me alejo de
nuestra habitación sin perturbar el silencio de la penumbra previa al amanecer.
Me desnudo camino
al baño y abro la ducha. Que el agua fría exorcice mi espíritu y calme este
imperioso deseo de arrasar con ese paraíso en el que se ha transformado mi mundo.
Soy mala.
Oculto la semilla
maldita entre mis piernas.
Disfruto
profanando la belleza sencilla de los corazones gentiles.
Estoy condenada,
habito en el condominio privado de la miseria.
Dicen por allí
que con el amanecer llega un nuevo día cargado de bienestar, esperanzas y promesas.
Ojalá tengan
razón porque los hechos de mi vida me demuestran todo lo contrario.