De
pie en este pasillo, donde ya no alcanzan más almas, voy de
regreso.
Ansioso por encontrarte en ese
cuartito minúsculo con balcón, escasamente iluminada sobre el
cálido colchón. Cubierta tan solo por ese rocío de
sudor que humedece
tu piel y ese pedacito de
tela brasilera que se
esconde entre tus
nalgas redondas como una invitación deliciosa al pecado.
La
parada de
la Víbora, este barrio
reptil donde vivimos, me anuncia que en un par de cuadras más podré tenerte al alcance de mis labios.
Ya te siento cerca, tengo tu
sabor en mis labios y estoy salivando como el perro aquel del
experimento, excitado por un sutil vestigio de
tu sabor profundo que
ahora me llena
la boca y desde abajo presagiando tormenta algo
amenaza con
furor.
Sin ruido cubro la distancia que nos separa,
estás como te imaginé, pero la ausencia de la
brasilera es evidente.
Improviso una húmeda caricia y recorro tu
espalda hasta lo alto de
tu nuca, mordisqueo un poco tu hombro y te descubro.
Adormilada sonríes haciéndome un espacio
entre las sábanas, todavía inconsciente que la fiebre me consume, acoges entre tus senos desnudos mi anatomía. Tan
particularmente te acomodas que provocas un desvarío fugaz.
Tu piel transparente despierta al instante del letargo y se
alborota apasionada y tu cuerpo húmedo te delata...
Tomas
mi mano y la conduces al sur de tu cintura más allá de la
prudencia,
invitándome a explorarte, provocándote con
una caricia circular sobre el
pequeño guardián del fuego, y él se esconde a
voluntad y reaparece por
capricho.
Me utilizas a tu antojo, sin dejar de
calentarme con tu mirada te vas acomodando. Capturas la mano que aún
tengo libre y la llevas hasta el interior de tus
muslos estremeciéndote
confiada en alargar tu
placer hasta reducirte a cenizas.
Quiero cumplirte este capricho. Me atrevo. Me trepo y arropo tu piel entera con mi cuerpo.
Te entretengo con un
beso y por un instante tomo prisionero uno de tus achocolatados
pezones, lo acaricio con la punta de mi lengua hasta que él despierta ávido
de atención y cierro ligeramente mis dientes sobre
la cúspide. Voy notando como un respiro acalorado escapa de tu
boca, mientras repito la dosis, siento como la caricia angustiosa de tu
cadera anhela que oriente mi compás en otra parte.
La
visita que anhelas puede retardarse un poco más... tengo ganas de enredar tu
cordura.
Voy saboreando cada
surco de tus costillas aligerándote la tensión del vacío, freno en tu
cadera y afilo mis dientes cerca del equinoccio de tu cuerpo, continúo
por tus alrededores provocándote correntasos ligeros, pero tu punto débil se encuentra mucho más al sur.
Descontrolada
apelas misericordia...
Sin
ceder un milímetro escondo mi cara entre tus labios obscuros dispuesto a
tomarme a voluntad tu última frontera, tras de mi quedaron tus muslos
temblorosos y los pliegues cálidos de tus rodillas. Tus suaves muslos y
delicadas rodillas conspiraron con este desenfreno que ahora
experimentas.
Acalorada, casi sin respirar, te dejas ir… la escasa
resistencia que aún mantienes firme cede entre rítmicos espasmos.
Aprovecho esa onda cálida que liberas y te invado con toda mi
fortaleza. Expulso
el vacío de tu interior, te lleno toda, mientras continúo sin
tregua mi marcha hacia
el abismo nebuloso en donde ahora te encuentras.
Agotado, casi
sin fuerzas, invierto la ecuación. Pido una tregua, pero tu aún
hambrienta tomas tu puesto en mis alturas. Mientras tu cabello salvaje
opaca la luz, agarro
tu cadera para mantener el ritmo que por momentos detienes para
recargar energía y continuar tu agitada
tarea.
Al
borde, casi al
borde me abandonas,
me desnudas del condón, me escondes entre tus labios e indefenso solo
observo este capricho tuyo. Seducido por tu boca, me
estremezco bajo las húmedas caricias que improvisas y me abandono a la
inconsciencia.
Sin aliento me
separo de tu piel, necesito una tregua. Tomas mi mano y la dejas
descansar sobre tu seno, cerca de tu agitado corazón.
Hora de dormir te
escucho susurrar, mientras te acomodas en nuestro minúsculo colchón. Me abrazo a tu espalda cerrando mis ojos satisfecho.