Como odio el
sonido del despertador, como detesto salirme de la cama tan temprano para
continuar la monótona rutina.
Voy casi
tropenzando con Filiberto, el gato amo de casa, mientras camino hacia la cocina
y automáticamente le lleno su plato con pepitas de colores, voy a mear al baño,
lavo mis mano y enciendo la hornilla.
Durante años
esta es mi rutina, todo de memoria. De la cama, al baño, a la cocina y sobre la
ardiente hornilla hiervo agua con la excusa del cafecito calentito, conjurando
el agridulce sabor del jarabe de petróleo.
Esta semana fue
tenaz y hoy traté de marcar la diferencia. Pero la vida conmigo es muy puta, le
encanta meterme el pie y romperme la boca contra la acera.
En mi oficina
se terminó el café y solo había dos frasquitos verdes decían caféescafeinado…
eso es mucha mierda.
El café es como
gasolina para cerebro, hasta el primer sorbo, no enciende.
Y hoy en el
estante de la cafetería dos frasquitos verdes se burlaban de mi mala leche.
Si así inició
mi día… no quiero imagina el resto que está por llegar.